27/2/07

18 Entrega

En aquel momento la llamaron de dentro de la casa porque apresuradamente me dijo que tenía que entrar:
- Bueno, tengo que irme, ya nos veremos, hasta luego.
Y desapareció dejándome azorado y nervioso. Se había dirigido a mí como si quisiera conocerme y yo, que me consideraba el último mono del universo, no me lo podía creer. Me pasé un buen rato a la ventana esperando a ver si volvía a salir al balcón, pero mi espera fue en vano, ya que no la volvía ver hasta pasados unos días. No sabía quién era, ni qué hacía en aquella casa, ni por qué se había fijado en mí, pero estaba seguro de que me interesaba como persona. Era sábado, la siguiente vez que la vi y rápidamente la saludé. Ella me dedicó una amplia sonrisa que me volví a encender el corazón. No sé de qué hablamos, pero ante lo arriesgado del sistema de comunicarnos, ya que entre su balcón y mi ventana había unos cuantos metros, decidí conocerla más de cerca y de manera más tranquila. Entonces se me ocurrió la idea de cómo quedar: escribí un mensaje en un papel y lo envolví a una canica y lo lancé hasta su balcón. Cuando lo recogió y lo leyó dijo que sí enseguida y al cabo de media hora nos encontramos en la calle y buscamos un bar tranquilo para hablar.
Era realmente muy pequeña de estatura, parecía una muñeca de bolsillo, pero eso no me pareció significativo y la encontré muy bonita al verla de cerca. Además, yo tampoco era buen mozo, por lo que formábamos una pareja normal. Sentado el uno delante del otro y mirándonos de frente daba la impresión de que nos conociéramos de toda la vida. Yo ya sabía su nombre y ella el mío porque ya nos lo habíamos dicho en nuestras conversaciones de balcón, pero quise volver a empezar de nuevo:
- Hola, María Luisa.
- Hola, José Manuel - me contestó.
- Tenía ganas de saber cómo eras de cerca.
- ¿Y cómo soy?
- Normal, bien, bueno, ya me entiendes. ¿Y yo?
- Pareces algo tímido.
- Sí, estoy algo nervioso, nunca he estado con ninguna chica como estoy ahora, aunque parezca mentira.
Ella parecía estar más tranquila y dominar la situación mejor que yo. Me preguntó de dónde era y qué hacía en Barcelona. Cuando le expliqué mi vida y mi situación se quedó un tanto confusa, pues creía que vivía en un piso de estudiantes y nunca había pensado que aquello fuese una comunidad religiosa. Tal fue su sorpresa que decidió que lo mejor sería no volver a vernos. Yo no dije nada, pero me quedé triste y desanimado el resto del tiempo que estuvimos juntos.
Volvimos a casa, yo cabizbajo y ella dicharachera y charlatana, como si no hubiera pasado nada. Nos dimos la mano y nada más. Cuando subí al piso, pensé que el mundo se había hundido bajo mis pies. Sin darme cuenta me había enamorado de aquella muchacha y ahora sabía lo que era el sentirme rechazado. Aquella noche me costó dormir. Di vueltas y más vueltas. Inventé maneras de volver a hablar con ella. Soñé despierto y dormido. Estaba aprendiendo a sufrir por causa del amor.
Se me ocurrió una tarde, después de haber probado a hacer que me encontraba con ella por casualidad, de haberla esperado sin éxito en la ventana y en la calle. Decidí copiar algunos de los poemas que tenía hechos y meterlos en un sobre con una nota dirigido a ella y dejarlos en el buzón donde vivía. La cita era para un sábado por la tarde en la iglesia de la Concepción a la salida de la misa. Acudí sin muchas esperanzas, pero ante mi sorpresa vi como se colocaba a mi lado en uno de los bancos del final. Supongo que sonreí como un idiota por la emoción.
Cuando acabó la misa salimos rápidamente para evitar encuentros molestos y durante unos minutos paseamos alejándonos del lugar. Le propuse ir al cine y aceptó. Yo ya me había olvidado de los poemas, pero en la oscuridad de la sala y en silencio me lo recordó al oído con un suave cosquilleo:
- Me han gustado mucho tus poesías.
- Me alegro, de verdad, ya no me acordaba.
- Me tendrás que explicar a quién se las has hecho.
- Las hice para ti - mentí en voz baja.
- No me lo creo.
- Todas no, pero alguna sí la he hecho pensando en ti.
Entonces ocurrió algo que estuvo a punto de hacer que me desmayara. Me cogió el brazo y reclinó su cabeza sobre mi hombro y así se quedó como si estuviera descansando o soñando. Yo no me atrevía a moverme por no deshacer la magia de aquel momento. Parecíamos una pareja de enamorados, juntos el uno al lado del otro, y con el pecho a punto de estallar de la emoción.
Ya en la calle, cogidos de la mano, paseamos hasta que la prudencia nos hizo volver de nuestro sueño. Éramos dos almas gemelas que iniciaban un camino guiados por la misma ilusión.
Desde aquel día nos volvimos a ver siempre que pudimos y cada vez nuestro amor iba en aumento, al menos eso era lo que yo pensaba y quería pensar. Era tal el secreto con el que llevábamos nuestra relación que nadie en la comunidad llegó a sospechar nada. Yo me había enamorado de tal forma que ya no me preocupaba nada que no fuera aquella muchacha. Era mi primer amor en serio y no me paraba a pensar en que ella no pudiera sentir lo mismo que yo sentía.
De la vida en comunidad participaba tan solo lo indispensable para mantener el tipo y, por qué no decirlo, la estabilidad y la seguridad que me daban el tener un sitio donde comer y dormir. Por lo demás, nada había cambiado y cada uno hacía lo que podía para sobrevivir sin dar cuentas a nadie de sus actos o de su vida privada. Era un hecho evidente que la experiencia no había resultado y el que más y el que menos se había aprovechado para buscarse la vida de la mejor manera posible.
A finales de junio se acabó la escuela y con ello mi tranquilidad, y aunque había obtenido el título de chapista con buena nota, no veía nada claro mi futuro y menos en aquel momento en el que estaba hecho un lío y no sabía qué decisión tomar o qué camino seguir.
La respuesta me la dio el padre superior cuando me llamó a su cuarto para comunicarme que habían pensado que lo mejor era que me saliera una año de la comunidad para recapacitar y replantearme si al cabo de ese plazo tenía la vocación suficiente como para reintegrarme en la vida religiosa con todas las de la ley. En principio me quedé parado, pues pensé que alguien me había visto con María Luisa, la muchacha de la que estaba enamorado o creía estarlo, pero más tarde me di cuenta que aquello no tenía nada que ver, ya que la misma solución les fue dada a la mayoría de los miembros de la comunidad exceptuando a dos o tres.
Estaba claro que la experiencia no había funcionado y que de los objetivos previstos en un principio pocos o ninguno se habían cumplido, como no fuera el de saber si seríamos capaces de mantener viva la vocación religiosa.

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