19/2/07

12ª Entrega

Yo elegí chapistería pensando que siempre habría coches que arreglar por lo que había podido observar en los anuncios de trabajo y por lo que con mis propios ojos había visto al pasar por delante de algún taller en los que siempre había coches esperando para ser reparados de golpes y otras averías.
De nuevo volvería a la disciplina académica y la idea me sedujo porque por lo menos durante medio año no tendría que preocuparme por la precariedad laboral existente para personas como yo que lo único que habíamos aprendido era muchos conocimientos generales, pero estaba visto que no servían para competir en el mercado de trabajo. Al menos en aquellos años.
Mientras tanto la vida de la comunidad seguía sin encontrar un objetivo claro a seguir, parecía como si todos nos conformáramos con sobrevivir y dejáramos que el tiempo fuera pasando. Estaba claro que nadie tenía una idea clara, ni tan siquiera una idea de lo que se podía hacer con el potencial humano que había. Bien es verdad que una ciudad como Barcelona no era un país africano de misiones en el que sin duda hubiéramos hecho un estupendo trabajo social y cristiano, pero también en una gran urbe como la capital catalana había lugares y sectores sociales a los que se les podía haber ayudado, si no económicamente, sí con trabajo social y cultural, del que por suerte teníamos un bagaje bastante amplio. Sin embargo, las iniciativas no llegaban y coordinar un grupo tan heterogéneo de personas como el que allí nos encontrábamos, debía resultar difícil y complicado para los dos sacerdotes que por obediencia y buena voluntad se habían puesto al frente de tan complicada empresa.
Entre los componentes del grupo había compañeros ya curtidos dentro de la congregación que sin duda había visto truncado su futuro o sus previsiones del mismo con la nueva propuesta y se resistían a convivir de una manera tranquila y pacífica con personas como yo o mis compañeros que por edad y categoría éramos los últimos monos de la comunidad. Así, les resultaba difícil compartir una habitación con otros de su promoción o tener que buscar un trabajo para entre todos llevar adelante la empresa. Sin duda, el prestigio y también la comodidad perdidas les impedían aportar su grano de arena para que el proyecto pudiera comenzar a funcionar con algo más de entusiasmo y posibilidades de éxito.
Estos compañeros vistos desde el recuerdo y de los que a duras penas me acuerdo de sus nombres, ahora, con el paso de los años, los recuerdo como unos seres egoístas y ruines, sin perspectiva de futuro y faltos de cualquier iniciativa que pudiera beneficiar a la comunidad. Sin embargo, yo era demasiado joven y poco importante para juzgarlos en aquellos tiempos y procuraba mantenerme en un terreno neutral en cuanto a sus conspiraciones y sus intentos de sabotaje del proyecto del que formaba parte porque así lo había querido el destino.

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